Como por arte de encantamento (fun polo aire e vin polo vento), que diría la canción, mi compañero, que se había unido a nosotros a última hora y quedó en el reparto de roles prácticamente como el tercero en discordia, se convirtió en mi coordinador casi por casualidad, porque era lo que quedaba sin adjudicar. El coordinador de los coordinadores, grupo al que yo mismo había pasado a estar adscrito en los últimos cinco minutos sin pena ni gloria. La primera frase que escribí como coorinador, en mis notas, fue «control da ferramenta», en un intento de tomar apuntes de lo que el profesor decía, que, en realidad, no era ni siquiera un resumen de nuestras competencias. Competencias entre las que, al seguir leyendo el esquema, veo que incluí «estudo das relacións interpersoais desenvolvidas entre os grupos de traballo, homologar as formas de edición» y algunas otras cosas más relacionadas con la gestión práctica. En ese momento no me vino a la cabeza, lo haría después bastantes veces, el pasaje de el Director en el que su autor recoge la discusión como corresponsal con el entonces editor de Internacional de el Mundo, Fernando Múgica: «tú editas la sección y yo me voy a la guerra, ¿trato?».
La reunión que manteníamos por videoconferencia terminó con el encargo de que recopilásemos nuestras direcciones de correo electrónico y un repaso por los roles. «Así le paso todo a Luis para que os añada al blog». Al final quedan nombrados tres coordinadores, un editor, un responsable de difusión y dos de diseño». Habíamos visto el blog que se suponía que teníamos que llevar a buen término hasta mayo, y pese a pertenecer a un proyecto que quería ser serio era bastante parecido a este, en WordPress.com y aparentemente en el plan gratuito. La invocación de Luis como una persona que sabía hacer algo que, parece ser, era tan difícil como abrir la administración, pulsar «Invitar usuarios» y meter las direcciones de correo electrónico ya me pareció rara. La confirmación, una vez accedí con mi nuevo perfil de administrador, de que la seguridad informática brillaba por su ausencia en el blog y de que, en efecto, estaba en el plan gratuito y, para más, al límite de la capacidad de 3GB de WordPress, no fue para mí sino la constatación de que estábamos en manos de alguien que sabía lo que hacía por aproximación, siendo optimistas.
«Facémolo porque non hai outra, pero asumiremos as nosas funcións e traballaremos», es lo que le había soltado al mismo profesor unos días antes por teléfono, en una llamada por iniciativa suya. En todos los estadios del proyecto dudé de mi compromiso, pensando si no sería mucho mejor alternativa renunciar a la convocatoria y esperar a que llegase tiempos mejores. Primero porque era incapaz de gestionar todo de forma adecuada y segundo porque no me sentía con fuerzas para seguir debatiendo sobre esto o lo otro con el profesor. El origen de todo: las ambiciones de unos y los defectos de otros, que causaron que en un seminario de 26 personas en el que había que hacer grupos de trabajo de cinco o seis, tres de ellas quedasen descolgadas. La elección de dos o tres personas dentro de los grupos ya hechos para formar parte de la supuesta élite, el «grupo del blog», se transformó en la designación de esos tres descolgados para ese cometido por silencio y omisión de elecciones. Cuando, antes del nombramiento, pedí a todas las personas del seminario que valorasen la importancia que implicaba una elección así (no obtuve respuesta) ni yo imaginé la verdadera importancia que tendría ni lo que odiaría el puesto, que asumí el primer día con cierta ilusión. De hecho los tres rechazamos la oferta del profesor de hacer un grupo para nosotros con una carga de trabajo ajustada a nuestro tamaño, lo que ahora quizá se haya demostrado como un grave error.
Nuestras competencias reales, según fui descubriendo hasta hoy, que escribo esto, incluían la adivinación, la recepción, tramitación y resolución de dudas y quejas de todo tipo, la edición de textos, la mediación, la dirección del trabajo, la gestión del blog en el ámbito técnico así como la respuesta ante incidencias y otras. De un día para otro nos convertimos en el embudo donde llegaban los mensajes de la gente el día en que había que entregar algún texto, que por otra parte normalmente agradecía porque me hacían trabajar en cosas normales y no en estupideces de un profesor, y también en el pozo donde dicho profesor dejaba los suyos, en cualquier momento y sin respeto al horario, como ya cantó Serrat sobre esos locos bajitos, por más que repetíamos aquello de «niño, deja ya de joder con la pelota». Y loco podía estar, pero aventajaba en edad y experiencia a aquellos a quienes Serrat cantaba, por mucho que la canción también sea aplicable a él.
La primera vez que amagamos un «eso no se toca» fue por algo en apariencia simple y casual, el método de edición de textos. Nosotros proponíamos, y ejecutamos, uno en el que la gente enviaba sus entradas para nuestra revisión, entradas que publicábamos después de editadas y verificadas. El método que se pretendió imponer garantizaba la libertad de la gente a publicar cuando quisiera, teniendo nosotros que entrar al blog y remitir nuestras observaciones a los autores. A continuación ellos editarían la entrada, que debía retirarse si en tres días no tenía las incidencias resueltas. Un procedimiento claramente ineficaz y poco serio de cara a los hipotéticos lectores del blog, que según el momento en el que entraran podrían ver un texto sin revisar ni ajustar a los criterios de publicación y que, además, me obligaba a perder tiempo en relacionar las incidencias en lugar de corregirlas yo mismo. El segundo, cuando nuestro profesor intentó que grupos con horarios diferentes se reuniesen presencialmente para firmar acuerdos entre ellos, hasta que alguien le dijo que eso de firmar estaba feo, no fuera a ser que alguien se contagiase, y su versión cambió para asegurar que nunca había pedido a nadie firmar nada. Y eso solo en las primeras semanas, que desembocaron en un alud de quejas cuando nos limitamos a reenviar un mensaje que nos había llegado de la superioridad, con ocho puntos que a nadie le resultaban inteligibles. Nadie entendía nada y nosotros no éramos la excepción, y para más aparentemente se promovía nuestra autonomía operativa. Nos la creímos el primer día; al segundo, cuando ya se nos envió un cúmulo de instrucciones, nos bajamos de la nube y fuimos entendiendo que nuestra autonomía estaba limitada por el grado de conocimiento de nuestro docente, o de ausencia de éste, respecto de la cuestión que tocase. Si había que retirar una entrada la solución más fácil y eficaz para él era enviar un correo solicitando que alguien lo hiciese, esperando a que el resultado viniese a él, simplemente porque ni sabía ni quería saber, o hacía como que no sabía, que para el caso lo mismo da, entrar al blog y pulsar dos botones.
Mi primer aviso de este tipo me tocó en pleno 19 de marzo, que este año resultó ser festivo. Un grupo había hecho una entrada, por lo seco del tono del mensaje, rematadamente mal (recordemos, primera entrada de ese grupo), que yo, para ser justos, tampoco estuve muy fino editando. En ese momento supe que los tres días eran naturales, y como ya nos íbamos conociendo y supuse que el recuento sería de tres días con el actual incluido, contesté que nos comprometíamos a tenerla el lunes 22, no necesariamente antes. La solución que encontró fue retirar la entrada en ese momento, cosa que no llegamos a hacer, primero porque es trabajo igualmente editarla que eliminarla, y segundo porque ya nos habíamos puestoa modificarla en ese mismo día, aunque era festivo. Quedó pues, desde entonces, bien definido el grado de consideración de esta persona para con el trabajo ajeno y su descanso. Conforme avanzó el cuatrimestre llegaron más problemas: compañeros a los que llamaba por teléfono domingos a la una (nunca se supo si fue de la tarde o de la madrugada, aunque supusimos que de la madrugada, ya puestos a pensar mal), compañeras de mi grupo que tenían que borrar todas las etiquetas del blog (sí, todas las etiquetas, también de años anteriores, viva el SEO), compañeros que recibían correos suyos a las cuatro de la madrugada, entre los que me incluyo, y colegas docentes supuestamente menospreciados porque eran (simples) profesores asociados y no titulares como él. Todo aderezado con una relevante falta de sensibilidad para con los datos personales de los alumnos: las entregas de documentos internos se gestionaban a través de google Drive con cuentas de Gmail ajenas a la Universidad, cuando la herramienta institucional es el Campus virtual y la suite de Microsoft, los mensajes de difusión se enviaban con todos los destinatarios, también cuentas personales de gmail, a la vista, y, en definitiva, todo el mundo sabía lo del resto y, es más, podía entrar y editar sus trabajos.
Nunca volvería a conocer a alguien tan elegantemente implacable en la traición, tan cortés en la eliminación de sus adversarios o más condicionado por el miedo a que los demás le vieran como realmente era. Sus temores, malicias, intrigas, dobleces… se ocultaban bajo un disfraz de apariencias que se había convertido en su segunda piel. Jamás se quitaría la máscara. No podía, porque detrás no había nadie.
el Director
Por otro lado, los grupos enviaban a revisión textos escritos, como diría aquel, «con la pasión narrativa de una nota de prensa». La asignatura, aunque el profesor no destaque precisamente en hacerse entender, consistía en crear un grupo de contactos dentro de una comunidad de interés relacionada con los Objetivos de Desarrollo sostenible de Naciones Unidas y celebrar con ellos círculos de discusión sobre un tema, estilo mesa redonda. Es encomiable la labor informativa o interpretativa que muchos enviaban a revisión y que nosotros, previa advertencia, publicábamos, pero no se busca que el periodista desgrane el problema, sino que dialogue con la comunidad y contraste sus opiniones con fuentes externas.
Así, entre las faltas de respeto de uno y la desidia de otros, cerramos una asignatura frustrante que podría ser excelente como formación en ciudadanía y derechos civiles de lectores y periodistas. El mejor oficio del mundo, según García Márquez, insultado por el peor profesor de la Universidad. Un cuatrimestre entre la envidia a quienes no estaban como yo relegados, que no elevados, a secretarios, y la frustración por tener que atender las instrucciones de un inepto. Tomen nota, generaciones futuras. Y ejerzan siempre sus derechos como estudiantes.